Me da miedo salir a la calle: la gente está en total estado de paranoia y ya hay quien está haciendo su agosto vendiendo tapabocas en las esquinas. Han cerrado las escuelas y los cines. Yo estoy en la oficina. Tal vez la influenza sea el pretexto perfecto para quedarme amarranada en casa y no ir a las fiestas a las que si me invitan (ahí va el amargue, descubrí que no fui requerida en una y estoy que me surro en las muelas).
Por otro lado, tengo una grande misión: aprender a pedir perdón. Llevo dos décadas y un cacho intentándolo... el rencor me gana. Pero, cuando uno es quien tuvo la culpa ¿cómo hacerlo? y si en el camino la persona sólo le agrega cosas al desmaye ¿vale la pena? No sé perdonar. No sé pedir disculpas, no soporto aceptar que me equivoqué, pero en esta ocasión es la Ley de Herodes. Y allá voy.
Quiero mi trapito.
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