De botellas congeladas y el cambujo en mis sueños

Hoy llegué a la oficina y abrí el refri. Ahí donde deberían estar mis Pepsi Kick, junto a la leche para mi cereal, no había nada. ¿Desaparecen nomás porque sí 5 refrescos? Los encontré en el congelador, ese que con media hora convierte en piedra el líquido más ardiente. Quise llorar.

El bromista mayor de mi oficina se declaró inocente de los cargos y no quiero pensar ni ir más allá de quién pudo ser, pero por supuesto, me duele. Abrí y una y la espuma la hizo explotar, bañando de jarabe todo. Más dolor.

Ayer después de terminar "Desde mi cielo" de Alice Sebold dormí un poco para despertar de madrugada empapada de sudor. Ahí estaba él, el cambujo, como le llamaban mis papás. El que muchos que nos conocieron juntos declaran que es el amor de mi vida. Sus carcajadas retumbaron estremeciéndolo todo. Fue un sueño dulce y tranquilo hasta que alguna fuerza me recordó su carácter de "prohibido" y comenzó la angustia. Sólo estaba ahí como representación de la pasión más carnal y el sufrimiento más puro. El sueño se puso horrible y mi cuello ardía.

No la estoy pasando bien. Hace 10 años, cuando robaron mi cuaderno de trabajo y me dijeron "en el momento en el que subas las escaleras queriendo huir de aquí, es hora de largarte" aprendí lo que es el terror psicológico de un lugar al que no perteneces y en el que no te quieren. Una década después creo que mis botellas bajo cero son la misma changa, pero revolcada.